lunes, 2 de septiembre de 2013

Y de repente, un gol

Por aquel tiempo había un chico que me prestaba una atención especial y siempre estaba haciendo chistes, invitándome a bailar todo el tiempo, pero como siempre venía con una sonrisa, no podía resistirme. En una de esas ocasiones en las que se acercaba a invitarme de nuevo, se le adelantó otro chico y se quedó sin chica, pero no sin tanda. Se dio media vuelta e invitó a la primera que encontró sentada. Acababa de empezar un juego en el que yo no sabía que participaba. 

Durante el primer tango lo vi a mi alrededor a cada momento, buscándome con la mirada cuando se aproximaba, poniéndose delante, adelantando, haciéndonos cambiar de dirección a cada momento, y como el chico con el que yo bailaba también era amigo suyo, se convirtió algo así como un juego de fastidiar sin llegar a tocarse. La única fuera del juego era la otra pobre chica que no se enteraba de nada. Yo hacía esfuerzo por no reír, pero mi sonrisa salía a menudo y me estaba divirtiendo como una niña. Al menos, la pista no estaba repleta y tenían control suficiente sobre sus movimiento y la pista como para no molestar a las demás parejas mientras se desplazaban.

El momento que casi me  hace perder la compostura fue cuando en medio del partido o lo que fuera aquello, alguien metió gol: tras marcarme mi pareja una apertura, vi una pierna (SU pierna) haciendo un boleo entre mis piernas, y casi tocando a mi pareja, mientras él hacía giros con la otra chica. Me dio tiempo justo para mirar atrás, ver que era él, y ver su sonrisa pícara mientras levantaba la cabeza como diciendo “1-0”. Obviamente se quedó en ese resultado. Tras terminar la tanda fui hacia él a sacarle la roja, que es lo que se merecía, aunque finalmente tuvo suerte y ni le saqué la tarjeta amarilla: solo le dejé una tanda sin bailar (he de confesar que no fue por castigarle sino porque no me gustaba la tanda) y después, seguí bailando con él varias tandas durante la noche.

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