martes, 10 de septiembre de 2013

Obelix por la milonga

Cuando lo vi acercarse me dije "ay, ay, ay... si acepto y nos caemos, me mata...!" Como siempre me sucede de todo, la opción me puso los pelos de punta. Pero el pensamiento duró una milísima de segundo porque poco después, al ver su sonrisa y ver cómo extendía la mano para ayudarme a levantarme me sentí hasta mal por ser tan bruja a veces, aunque solo sea de pensamiento. 

El dueño de esa sonrisa era un hombretón, gigantesco sobre todo en cuanto a anchura, pero no de los que ves cómo se tambalea todo a su alrededor cuando se mueve, sino de los redonditos y duros, como Obelix. Me contagió su sonrisa y correspondí con una de esas mías que derriten la nieve, pero si os soy sincera, en parte también por ese sentimiento de culpa que me invadía. 

Su abrazo era muy agradable y era tan suave bailando que me acomodé en sus brazos y me trasladé de mundo. Su escucha de la música, tan bien expresada, me brindó la mejor tanda de la noche. Incluso repetí tanda con él, y en esa segunda tanda hubo un momento en el que chocó contra nosotros una pareja. Lo sé porque oí las disculpas pero al contrario que otras veces, no sentí el empujón. Me sentí protegida, y es agradable sentirse así para variar, porque incluso cuando tu pareja intenta protegerte de todos esos locos que circulan de cualquier manera en la milonga y a los que nadie multa, es rara la vez que no te den un meneo o un taconazo o algo peor. ¡Qué gusto bailar con ese hombre!

No hay comentarios:

Publicar un comentario