sábado, 28 de septiembre de 2013

Llamando al timbre

Era un día de verano, hacía mucho calor y yo milongueaba en mi ciudad. En las milongas locales casi siempre ves a la misma gente y ese día no era una excepción. Bailé unas cuantas tandas con varios amigos y después me invitó a bailar otro con el que coincido a menudo y con el que no me gusta bailar mucho, pero he de reconocer que le tengo cariño. Es uno de esos milongueros a los que aceptas la invitación por compromiso.

Mientras bailamos le encanta dar lecciones y hacer críticas abiertas a mi forma de bailar, que aunque sé que lo hace con buena intención, puede estar bien en una clase o en una práctica, pero de ninguna manera en una milonga. Me molesta que lo haga, especialmente si tenemos en cuenta que su baile deja mucho que desear. 

En mi penúltima tanda con él hubo un momento en el que le escuché decirme "espera, no te adelantes", después de soltar otros comentarios del estilo durante los dos tangos anteriores. Ni siquiera lo pensé y le dije que lo intentaría, siempre y cuando él intentara pisar a tiempo de vez en cuando. Me miró, y me dijo "tienes razón, a veces no piso a tiempo". Ahí quedó nuestra charla por el momento.

En mi última tanda con él, unas semanas después, tras escuchar un "confía en mí y déjate llevar" y finalmente un "venga... pasa!", mi paciencia llegó al límite. Me paré, le miré a los ojos y le dije "ok... entonces abre la puerta...!". Él se puso colorado por mi replique, aunque eso sí, no dijo nada y por arte de magia me dejó pasar. Desde entonces nuestras tandas se han convertido en una especie de pelea continua llena de pullas en ambas direcciones, y digo ambas direcciones porque desde estas dos ocasiones, yo, que antes callaba, ahora no callo ni aunque me metan bajo el agua: me siento liberada.

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