domingo, 22 de septiembre de 2013

Siguiendo un buen consejo

No me gusta el tango nuevo: no me van los boleos con piernas hasta el cielo, ganchos complicados ni las volcadas que nunca acaban, y esos pasos enormes que me cuesta bastante esfuerzo dar. Los deportes de riesgo sí, pero no en la milonga. Yo soy más del abrazo cerrado, caminada, giros y poco más.

Me empiezo a dar cuenta de que tampoco soy muy amiga de los festivales: me gustan los encuentros milongueros y las milongas locales de cada ciudad, donde el ambiente es más familiar. La última vez que asistí a un festival, como es costumbre, en las milongas había un momento en el que paraban la música y los bailarines profesionales, que durante el día habían impartido clases y talleres, deleitaban al público con una exhibición.

La tanda siguiente a la exhibición suele dar miedo. Muchos milongueros se emocionan al extremo e intentan imitar a los bailarines profesionales con todo sus recursos. Yo esas tandas casi nunca las he bailado porque espero a que el ambiente se relaje un poco antes de aceptar una invitación.

Aquel día fue una de esas excepciones en las que sí acepté una invitación. Sonó un primer tango, que desde luego no era tango nuevo, pero supongo que mi bailarín, emocionado él y con ganas de ver si era capaz o no de imitar a los maestros que acababan de hacer la exhibición, empezó a bailar un tango tradiconal pero como le dio la gana. No se porqué a algunos bailarines no les entra en la cabeza que lo que tienen delante es una mujer y no un batido al que hay que menear para todos los lados.

No tardé ni un tango en cansarme de eso que él hacía, llamémosle "bailar", y estaba a punto de darle las gracias y sentarme cuando me acordé de un consejo que me dio una vez una milonguera muy experimentada, de las que se las va sabiendo todas: "si un chico te empieza a hacer muchos boleos altos y muchas figuras que te incomodan o no te apetecen, díle que tenga cuidado porque no llevas bragas...". Me partía de la risa la primera vez que se lo oí decir, pero en esta ocasión reuní el valor suficiente para soltar semejante afirmación.

Su cara fue un auténtico poema y creo que casi hasta tropieza, pero lo mejor de todo es que funcionó. Le miré con una sonrisa tímida como de disculpa y él no se bien si porque se puso nervioso o porqué, pero empezó a bailar como a mí me gusta: mucho más relajado... :-)

No hay comentarios:

Publicar un comentario