domingo, 26 de enero de 2014

La pandilla de las amigas de Sara

Hoy es el cumpleaños de mi padre y este año tampoco se qué regalarle. ¿Os resulta familiar eso? ¡Con lo fácil que sería si fuera milonguero...! Un pantalón para bailar, unos zapatos, un abanico para la milonga, una gorra o un sombrero, un pañuelo, un estuche para limpiar zapatos y cuidarlos, un cd con sus tangos favoritos, una maleta para sus escapadas milongueras, esa foto enmarcada tan bonita que le hicieron en una milonga, un cuadro hecho de esa foto, una partitura antigua de tango, un abono a un festival o encuentro, una petaca para llenarla del coñac que le gusta y que no falte así en la milonga, una americana original para que vaya bien elegante, o porqué no, un ramo de flores para que reparta entre sus milongueras favoritas.

Sobre repartir, aunque no tiene nada que ver con el tango, os quiero contar una historia que creo que merece ser contada. Es una anécdota de la época escolar que me contó una amiga hace ya unos años. Creo que ella estaba en 3º o 4º de EGB, pero seguro es que no había pasado a segundo ciclo porque ella todavía jugaba a la soga, a la goma y a los cromos. Ella recuerda el cumpleaños de una niña de clase en la que la cumpleañera, además de chuches para repartir en el recreo como era típico en aquella epoca, tenía cinco paquetes de cromos que le había regalado su abuela para ella y sus amigas. En su clase había unas doce niñas, por lo tuvo que elegir a quien regalarle los cromos, y lo hizo entre sus mejores amigas.

Entre ellas estaban mi amiga y otra niña llamada Sara, así que fueron dos de las cinco que obtuvieron su paquetito de cromos, que contenían a su vez cuatro o cinco cromos cada uno. Parece ser que hubo alguna niña que se quedó triste al enterarse de que se habían repartido los cromos y ella no había sido afortunada. Fue entonces cuando Sara, sin que nadie la viera, fue regalando sus cromos entre las demás niñas hasta que se quedó sin ninguno. Mi amiga se dio cuenta de lo que había hecho y repartió los suyos con Sara, que de nuevo, volvió a repartirlos hasta que cada niña tuvo al menos un cromo. De las niñas afortunadas hubo una que andaba presumiendo sobre lo bonitos que eran sus cromos y de cuántos tenía, e incluso se burló de Sara por haberse quedado sin los suyos.

El curso fue transcurriendo y aunque Sara se quedó casi sin cromos, ganó en amigas. Ese mismo año y unos meses más tarde Sara les anunció que dejaba la escuela porque iban a trasladar a su padre a trabajar a otra ciudad. Cuando la noticia corrió entre las amigas de Sara, no solo ellas, sino casi todos los niños de la clase le regalaron a Sara cromos, dibujos, golosinas y un montón de cosas más, de forma totalmente espontánea y como despedida. Mi amiga me contó que recordaba perfectamente el día que Sara se fué y cómo tras su partida, todavía seguían hablando de ella, como si nunca se hubiera ido. Sara había dejado tala huella entre ellas que incluso algunas decidieron formar una pandilla y llamarse "las amigas de Sara".

Al contarme esta historia mi amiga me confesó que a veces se preguntaba qué sería de la vida de Sara, de cómo seríade adulta, si era feliz. Yo la miré y callé: creo que los ángeles no permanecen en la tierra mucho tiempo, pero es un pensamiento que no me parecía justo compartir con ella en ese momento. Luego lo pensé mejor y le dije que a veces es mejor no saberlo y vivir feliz con el recuerdo y con lo que se aprende de las personas. Ella sonrió, y así me hizo entender que estaba de acuerdo.

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