martes, 17 de febrero de 2015

Aprendiendo de milonguera: el pingüino deja de serlo (PARTE IV)

Supongo que las sabias palabras de una de mis profesoras para quitarme el miedo a caminar hacia adelante, abrazada a alguien y sin temor a pisarle, dieron su fruto, ya que aprendí a hacerlo. Ya no parecía un pingüino. Esas palabras mágicas que tanto me ayudaron fueron algo así como: "él no tiene miedo a caminar hacia adelante y pisarte cuando eres tú la que camina hacia atrás sino que él cuanta con que tú andarás lista para sacar tu pierna a tiempo de su espacio: pues bien, él tendrá que espabilarse también, y si tienes que pisarle, písale". Nada de resquemor, no... ja, ja... no pude evitar sonreír. 

Por aquellos días mi mayor logro fue darme cuenta de que existían ciertos músculos que no había usado nunca por la sencilla razón de que no había aprendido todavía a disociar bien. Yo disociaba a mi manera, creyendo que lo hacía bien, pero me faltaba una explicación muy acertada y clara de que es lo que se siente, que me dio una buena profesora llamada Amelia Esparza con la que tomé una clase de técnica. Ella me ayudó con muchos otros detalles importantes. Definitivamente os la recomiendo.

Ser consciente de que el movimiento en los giros u ochos no debía salir de mis piernas sino desde la parte de arriba de mi cuerpo (llámese torso) e interiorizarlo fue difícil, pero a partir de ahí, también comprendí los boleos. Todo técnica. Hoy en día sigo trabajando en ello y espero hacer boleos y giros perfectos algún día.

Pero todo esto de la técnica lo dejé para las clases. En la milonga, alcanzar a bailar un tango centrándome solamente en la música y olvidándome de los aspectos técnicos, fue también un reto que conseguí por entonces, ya que hasta la fecha, me centraba tanto en intentar hacerlo todo bien (aunque con poco éxito) que me olvidaba de lo más importante: disfrutar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario