viernes, 13 de febrero de 2015

Aprendiendo de milonguera: la Torre de Pisa se endereza (PARTE III)

Tardé un tiempo en darme cuenta de que había una cosa llamada eje, a parte del de la Tierra, aunque había oído hablar de él continuamente en las clases. Hablo de ese eje que es tan necesario para tener control sobre tu cuerpo, tu movimiento, tu energía, y poder dejar libre el peso en una pierna, y obviamente, para no ser la peor pesadilla de tu compañero de baile. Ese que intentamos disimular muchos y muchas haciendo movimientos rápidos, para que no nos de tiempo a caernos. Pasé de molestar a que me molestaran: o eso creía. Buscar mi eje era dificil, y tener a tu lado una persona que pierde el suyo constantemente y te arrastra con él, me desquiciaba los nervios. Claro que ahora que miro hacia el pasado, quizás tenga que reconocer que seguramente un 50% de las veces o más era yo quien perdía el eje y le arrastraba a él conmigo.

Luego me volví algo más ligera, y empecé a tener algo de continuidad en el movimiento, gracias a que me movía sola. En lugar de pararme tras cada paso, como si hubiera un stop o algo así tras cada uno de ellos y esperar a que él se decidiera, yo le ayudaba un poquito. Fatal, pero es lo que había. Eso hizo que me sintiera más segura e incluso comencé a usar algún torpe adorno de vez en cuando. Todavía mis pies dudaban al pisar, pero mi baile ya era otra cosa. Empezaba a creer que bailaba decentemente (¡pobre de mi...!) y todo ello a pesar de que aún así no me llovían las invitaciones. Definitivamente, ese es un proceso lento, ya que además de mejorar la técnica en las clases, también hay que mejorar el baile practicando en las milongas, acostumbrárse a diferentes tipos de abrazos, y conseguir que los milongueros de las milongas habituales te vayan conociendo y te inviten. Que te conozcan, además de tu nivel de baile, definitivamente influye en las invitaciones que recibes.

Cuando ya empezaron a caer invitaciones esporádicas de algún que otro milonguero más experimentado que yo, que no fuera muy de mi entorno (profe o compañero de clase), fue en la misma etapa en la que empezaba a asimilar tantos pequeños detalles que me habían repetido hasta la saciedad mis profesores y que a día de hoy sigo haciéndolo más aún. Son detalles que por alguna extraña razón no calan en una o una no los comprende, quizás porque en un momento dado no se está preparada para interiorizarlos.

También aprendí algo tan básico como caminar hacia delante. Sí, todas lo hacemos por la calle y desde que somos niñas, pero es increíble la transformación que sufrimos cuando tenemos una persona cerca, delante nuestro, y el temor a pisarle o no coordinar bien y que el asunto termine en desastre, nos puede. Entonces empezamos a hacer contorsionismos y parecemos patitos, pingüinos, o cualquier otro bichito sin gracia alguna al caminar. 

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