miércoles, 8 de mayo de 2013

Milongueros invisibles

Fui un fin de semana a bailar a un encuentro, en el cual las milongas eran todas en el mismo lugar: un hotel de cuatro estrellas. Moderno, de esos en los que no puedes abrir las ventanas para conseguir que sea térmicamente eficiente, con un color verde quirófano poco acertado. Habitaciones luminosas, con armarios diminutos y baño de cristal ideal para parejas, puesto que podías elegir o no si tener intimidad al ducharte. 

 Llegó la hora de prepararse, y me costó elegir qué ponerme. Todos los días no estoy con el mismo humor, ni con las mismas ganas de vestir una u otra cosa, así que fui haciendo la pasarela Cibeles delante de mi compañera de habitación. Para cuando por fin me decidí, me duché, me maquillé y me puse los tacones, hacía más de una hora que la milonga había comenzado. 

 Bajé a la milonga. La sala tenía un suelo espectacular de madera, ideal para bailar. Las mesas, enormes, estaban distribuidas de tal forma que ocupaban gran parte de la pista de baile. Encontré un lugar en un lugar poco visible, pero no quedaban mejores sitios. Seguramente había gente haciendo cola antes de que empezara la milonga, esperando a que dieran permiso para entrar y hacerse con una buena mesa. Además, estaba toda la gente que había ido llegando antes que yo y que había ocupado las siguientes mesas. Dicen que es el pájaro madrugador el que se lleva el gusano, aunque no siempre he estado muy de acuerdo con este dicho ya el gusano madrugador no creo que corra la misma suerte. 

  Pero hay gusanos madrugadores de otro tipo. Todos sabemos que al entrar a una milonga a veces te encuentras con las típicas mesas de milongueros invisibles, no porque estén tomando algo en la barra, o estén en el baño o bailando, sino porque van a la milonga mucho antes de que ésta empiece, ocupan las sillas con abrigos, luego se van a cenar, se duchan, se visten y llegan dos horas tarde a la milonga, y encima encuentran sus sillas y sus abrigos esperándoles, en primera fila de la milonga. Pero parece ser que esta vez no fue así: a los pájaros madrugadores no les hizo gracia encontrar las mejores mesas con milongueros invisibles. Así que estos pajaritos, ni cortos ni perezosos, movieron los abrigos sin dueño a las mesas más alejadas de la pista. Ellos entonces se sentaron en primera fila, puesto que para eso habían “madrugado”.  

 La tormenta debió de estallar cuando los milongueros invisibles dejaron de serlo, y encontraron que sus abrigos no estaban, que les habían “robado” las mesas y sillas. Yo no presencié la escena, pero me la contaron, y parece ser que dio mucho para hablar. ¿Qué opináis? Este es un tema espinoso. En la cultura española, las abuelas lo primero que te enseñan cuando eres una mocosa es que “quien fue a Sevilla, perdió su silla”, es decir, nada de respeto, y el mensaje de andarse listo queda muy claro. ¿Cómo esperamos entonces que no ocurran estas cosas? Algo que me llama la atención es que por ejemplo se considera correcto ocupar una persona una silla y siete o ciento siete más para todos sus amigos aunque estos no hayan llegado, pero ya no lo es cuando no hay un representante del grupo.

 Creo que puesto que la educación a veces brilla por su ausencia, quizás los organizadores de las milongas deberían plantearse poner unas normas de civismo ya que los adultos parecen niños de guardería a veces. O quizás, poner suficientes mesas y sillas para todos, porque el problema suele llegar a extremos algo incómodos cuando hay trescientos milongueros y ciento cincuenta sillas. Todavía no he visto a nadie llegar a los puños, pero a este paso, todo llegará.

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